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martes, 12 de enero de 2010

Una Versión Argentina de la Pasión

Les lavó los pies a los amigos con Espadol, les dijo que su tiempo era corto, que pronto moriría. No entendieron.Les dio pan y vino torrontés a los mismos, les repitió que le quedaba poco tiempo, no entendieron. Lo acosaron a preguntas. Le rogaron que no se fuera. Uno preguntó por qué no había cerveza y fainá. Sólo respondió que uno de ellos lo traicionaría. Salieron todos después de comer al patio de los olivos, mientras Judas mandó un SMS a un amigo policía. Él lo miró de reojo comprendiendo todo. Los demás charlaban y algunos cantaban un tema de Madonna, mientras varios móviles de Crónica se acercaban, también un camión de TN y por último, dos coches policiales. Lo llevaron preso, pero antes de subirlo al móvil policial, los periodistas le preguntaran por qué lo apresaban, quienes serían sus abogados, qué pensaba de la pena de muerte y del flog de Cumbio. No respondió, los miró con tristeza. Lo llevaron a una celda oscura de la cual sólo lo sacaban a la luz del patio para azotar su espalda. Desde un edificio cercano una periodista audaz filmó todo con su móvil y lo mandó al periódico. Pronto lo sabía todo el planeta en más de cincuenta idiomas. La sangre de la espalda, escasa y oscura, gracias al photoshop, parecía salsa de tomates en cataratas y el diario vendió miles de ejemplares en menos de dos horas. Un escándalo mundial había comenzada y nadie iba a perdérselo ni a dejarlo para la segunda página. Mientras tantos, humanistas, ecologistas, pacifistas, organizaciones de derechos humanos, partidos políticos de izquierda y derecha, convocaron a diferentes marchas urgente por las calles de Buenos Aires. Como el acusado era buen mozo y no había delito a la vista, muchas mujeres se sumaron en cualquiera de las tantas marchas aquel día, desbordando las calles porteñas. El tránsito se había convertido en un caos, sólo circulaban motos o bicicletas a motor. De la ciudad era difícil salir, ya que varios de los seguidores mandaron prender fuego a neumáticos y no dejaban pasar a nadie sin antes darles panfletos y volantes diciendo quien era Jesús, que no tenía maldad pero era un capricorniano testarudo, que la Justicia se equivocaba. Uno de sus mejores amigos, Pedro, perseguido por una movilera de Intrusos, negó conocerlo, pero luego lloró tanto que la periodista comprendió que mentía por miedo. Al rato, se escuchó cantar un gallo en el microcentro.El Juez, un tal Pilates o Pilatos, no sabía qué hacer. Se levantó, desayunó nervioso y leyó todos los periódicos a su alcance: el "cuarto poder" estaba del lado del acusado y el pueblo lo defendía con gritos y carteles, desde la acera de su mansión.Se lavó las manos en una bandeja de plata, tomó un Lexotanil y mandó a condena perpetua a un tal Barra o Barrabás, un delincuente con prontuario más gordo que Al Capone, ya que al judío lo defiende casi todo el mundo y no puedo echarme a la opinión pública en mi contra -pensó- si quiero ser diputado el año entrante. Mientras tanto, en las afueras de la ciudad, Judas deambulaba sin poder soportar su cargo de conciencia. No hallaba consuelo y arrojó su teléfono celular a una zanja. Se ahorcó colgándose de un árbol frondoso. Bajo su cuerpo, quedaron los 3.000 dólares que había recibido a cambio de su traición. Un campesino y su hijo bajaron el cadáver, llamaron a la policía rural y se quedaron con el dinero. Nadie fue a reconocer el cuerpo en la morgue ni admitió conocerlo.

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