Estaba tranquila leyendo un libro que compré en la calle en la espera de la sala ámbar. Mucha gente me rodeaba y conversaba, pero yo estaba entre mi personaje de Chicago y su hermano que se fue del pueblo de las colinas frías para triunfar en Los Angeles.
La jovencita quedó desconsolada en Cold Hills, lloraba a mares cuando el psiquiatra me llamó.
Me habló con pasión de política con palabras como coimas, retenciones, senado, cosas muy lejanas a mi antigua gente norteamericana, amén de que ninguna de mis apreciaciones le cayeron en gracia. Terminó enojado conmigo y yo muy lejos de la tranquilidad de la espera. Le dijo algo en voz baja a la secretaria, quien me miró sin afección y llamó por teléfono a alguien.
Sigo leyendo el mismo libro, ahora en una mesa larga con vajilla de plástico y la TV casi en el cielorraso, de vez en cuando una señorita de blanco me llama para darme unas pastillitas que me adormecen y mi personaje de Los Angeles se mudó, ascendido, a Nueva York.
La jovencita quedó desconsolada en Cold Hills, lloraba a mares cuando el psiquiatra me llamó.
Me habló con pasión de política con palabras como coimas, retenciones, senado, cosas muy lejanas a mi antigua gente norteamericana, amén de que ninguna de mis apreciaciones le cayeron en gracia. Terminó enojado conmigo y yo muy lejos de la tranquilidad de la espera. Le dijo algo en voz baja a la secretaria, quien me miró sin afección y llamó por teléfono a alguien.
Sigo leyendo el mismo libro, ahora en una mesa larga con vajilla de plástico y la TV casi en el cielorraso, de vez en cuando una señorita de blanco me llama para darme unas pastillitas que me adormecen y mi personaje de Los Angeles se mudó, ascendido, a Nueva York.